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**FRAGMENTO SPOILER**
Para el 6 de Enero desde temprano los regalos y felicitaciones
por parte de los Nobles, Consejo y Ministros para el príncipe no se hicieron
esperar, se celebraba su vigésimo tercer cumpleaños y último como príncipe ya
que a esa edad y por designios de Dios un joven rey se sentaría en el trono. Ese
día pude tenerlo para mí hasta el ocaso debido a múltiples ocupaciones que tuvo
pero no por eso evité felicitarlo desde el amanecer y darle su primer regalo
del día. Era algo más lujoso que el reloj que le había dado en navidad, era un
anillo, un anillo de oro puro con la cabeza de un león tallada que en su
interior tenía la siguiente inscripción: “Con amor para el rey Leopoldo de su
Leonor” algo que lo emocionó mucho y sin dudarlo me hizo ponérselo aunque me
desilusioné al ver que no le había atinado a la talla. Al menos le quedó en el
meñique y aunque yo resoplara e hiciera pucheros él me hizo sentir bien
diciéndome que la intención era suficiente, que era un maravilloso regalo y que
no se lo iba a quitar y comiéndome los labios a besos debido a mi puchero que
lo había conquistado más me quitó mi enojo, ¿besándome me iba a quitar mis
pucheros? Pues iba a hacerlo muy pero muy seguido entonces, me encantó la
sensación, besó el anillo en su dedo y yo besé el mío, algo del uno estaba con
el otro. Su ausencia de ese día me sirvió para ordenar en la cocina una cena
especial para él y mi querida Tita se lució como chef ante la mirada atónita de
las sirvientas, quise que se le hiciera el lomo horneado con papas en finas
hierbas que tanto le gustaba. Yo le ayudé porque también me defendía en la
cocina y más cuando se trataba de él y juntas, también le hicimos una deliciosa
tarta de frambuesas y vainilla en baño de chocolate, era una delicia de postre
que Tita hacía a la perfección y sabía que a él le iba a encantar.
Y lo hizo feliz.
Esa noche se sintió consentido y según él, ningún
manjar para su paladar se comparaba con lo que Tita y yo le hacíamos con
nuestras manos porque más que un plato delicioso lo más valioso para él era que
estaba hecho con mucho amor, algo que nos halagaba. Nuestros hombres no se
cansaban de besar nuestras manos porque para ellos significaba mucho, no sólo
lo que podían hacer para deleitar sus estómagos sino lo que podían hacer por
amor a ellos y eso no tenía precio.